viernes, 11 de agosto de 2023

Poemario de José Vicente García Carbonell

La Universidad de Gabemia incorporó a su archivo el Poemario de José Vicente García Carbonell:

En cada calle busco siempre
un aroma que recuerde a su perfume.
El café de Madrid y su atmósfera
repleta de humo, melancólica y antigua.
El café de Lisboa, a la sombra
de un olivo solitario al amanecer. El café
con los adoquines gastados de Dublín.
El acogedor café de Ámsterdam,
al lado del "canal" silencioso de góndolas.
El café y su halo de nostalgia
bañado por las aguas claras de Estambul.
Y cuando él partió, y ella ya no lo esperaba,
el último café, en el tumulto
del centro, en Buenos Aires,
la recibió con sus espejos dorados
y su delicada entrada
de madera y cristal en la calle Corrientes.
Amado café, rincones y mujer:
algunas sombras en el ocaso,
la estufa encendida y los faroles
de su recuerdo, brillantes de tanta ausencia.
Ciudades que están llenas de imprevistos
puntos de amor.

Apoyó la mejilla en la madera
fría, gastada, con reflejos de otoño.
Escribe su nombre y, a través
de las líneas que traza con el lápiz,
la ha visto en un rincón solitario
con el río y los árboles en la tarde.
Al fondo, la luna: de pronto, las hojas
caen como un suspiro
al paso de una brisa. Se ha engañado:
detrás de la puerta hay una calle
que la tarde hace más triste, sin un alma,
con bancos desocupados.
Tras las líneas empieza a oscurecer:
la luna creciente borrará ese nombre
en la madera pálida de la mesa.

Habernos encontrado
una primavera en un parque que estaba vacío;
El destello, aunque cruel
promesa de la pasión.
La marca del recuerdo
y el viejo lazo con el que entendemos
los deseos de la brisa.
La luna que acompaña al último café
Buenos Aires-Praga.
Una navaja de luz para los actos
que por amor debemos cometer.
Nuestra bendita e inocente fortuna.
La voz del viento, que siempre te dirá
dónde estoy, porque es nuestro confidente.
Los poemas, que son cartas anónimas
escritas desde donde no imaginas
a la misma mujer que una primavera
encontré en aquel parque que estaba vacío.

Es triste poner a Vivaldi sin poder besarte.
Somos el blanco y negro de un viejo retrato:
las parejas riendo, y los trenes de vapor
que deben partir al amanecer. Quizá fui aquel hombre
que se perdió en la batalla, y tú aquella mujer
que nunca olvidaría la melodía.
Vivimos en la sombra de un mañana perdido
en oscuros salones. Pero hoy, esa música
se toca en las óperas y nadie ya la baila.
Hemos extraviado el tiempo, desvanecido los recuerdos.
La fiesta está terminando: guarda el último vals
-la luz de plata del violín y una pieza de Vivaldi-
para cuando llegue